Del resentimiento a la aceptación: Regulación de emociones y
escucha activa en la mediación familiar
Rubén
Gonzalo Fernández Delgadillo
Las
investigaciones de la antropóloga Riane Eisler, ha permitido demostrar que la
civilización del neolítico, época en la que surge la agricultura hace 12.000
años era una cultura solidaria, es decir no agresiva, no jerárquica, no marcada
por el poder de destrucción sino por el poder de “alimentar y dar a luz” un
poder que se equipara a la responsabilidad y al amor más que a la opresión, a
los privilegios al temor.
De acuerdo
con el estudio de John y Julie Gottman (1986), en su laboratorio del amor, los
dos factores que permiten que una relación perdure y sea estable, son la
generosidad y amabilidad. En ese sentido ¿Cómo se construyen ambos valores?
¿Qué pasa en las relaciones ante la carencia de esos hábitos? Es muy probable
que surja el resentimiento y los sentimientos de injusticia, abordarlos desde
la mediación es un reto para el reencuentro y la apertura plena y auténtica de
empatías.
Además
de la propuesta de Jaques Delors y la Unesco para una educación para el S. XXI
en la que se propone el pilar fundamental de aprender a convivir, Yaval Harari
2018, en su libro 21 lecciones para el siglo XXI señala lo que muchos pedagogos
y expertos indican, sobre lo que debería enseñarse en las escuelas: Pensamiento
crítico, comunicación, colaboración y creatividad. Si esto lo llevamos al
ámbito familiar ¿Qué retos deben encarar las familias para generar las bases de
una convivencia armónica? ¿Cómo reaccionamos como sociedad para no normalizar
la violencia? ¿Qué recursos como mediadores y mediados podemos activar para
transitar los puentes de las emociones a las razones compartidas? ¿Es posible
ir más allá del resentimiento?
En un
contexto marcado por la precariedad y desinstitucionalización en el que los
indicadores de feminicidios en Bolivia son de los más altos de la región y la
violencia intrafamiliar interpela a una sociedad carente de soluciones, porque
no existe bases sólidas, sino solamente acciones reactivas ante las urgencias,
ni tampoco políticas públicas con proyectos a largo plazo para una educación
ciudadana preparada para el diálogo, la negociación, la cultura de paz. Ante
eso la mediación plantea la lógica del encuentro en el que los mediadores abren
rutas y ayudan a generar posibilidades para una comunicación creativa de
propuestas y acuerdos en la que se transite del resentimiento a la aceptación,
en la que la escucha activa sea el catalizador de mutuas comprensiones que
afiancen el vínculo para un presente y un futuro posible y deseable.
En esta propuesta se analiza la convivencia y el conflicto como relación social, para luego abordar los sentimientos y las relaciones interpersonales, la técnica del pacing, los límites para avanzar en la mediación, así como, reflexionamos el tránsito del resentimiento a la aceptación.
La convivencia y el conflicto como
relación social
Para
vivir con los demás, todos los grupos sociales han desarrollado explícita o
implícitamente, en modo ritual, código o precepto, unas normas de actuación,
unas reglas de comportamiento, unas actitudes, unos valores, unos compromisos,
unas metas, unos objetivos, que estipulan entre sus miembros las maneras
adecuadas o inapropiadas de relacionarse o de participar en las actividades
sociales. Todas esas normas, valores y metas configuran a ese grupo de modo
distintivo. Cuando se respetan, la consistencia del grupo se ve favorecida y su
cohesión se fortalece. Lo contrario ocurre cuando los individuos del grupo las
transgreden o no se afanan por el logro de los objetivos colectivos. En el
primer caso, podemos afirmar que los individuos del grupo conviven en sentido
pleno, mientras que, en el segundo, más bien, interpretamos que las relaciones
sociales están entorpecidas o rotas.
La
convivencia y el conflicto describen diferentes formas de relación social. En
una situación de convivencia los intereses de las partes que se interrelacionan
coinciden, mientras que en momentos de conflicto son incompatibles. Intervenir
sobre los conflictos, en muchos casos, va a requerir reencauzas esas relaciones
para que los protagonistas se ocupen en metas y objetivos comunes. Esos ajustes
pueden conseguirse de modo espontáneo y fácil a través de la negociación entre
partes, o en otros casos de forma más intencional como ocurre en la mediación.
(Molina y Muñóz, 2004, p.205)
Es
importante mencionar el aporte de Erich Fromm sobre la influencia sociedad
familia: “La sociedad que se base en el dominio de una clase sobre otra
ofrecerá también una estructura familiar en que se reproduzcan las mismas
formas de dominio en la relación de padre a hijos. Lo cual quiere decir no sólo
que la causa de la especial estructura familiar deba buscarse en la estructura social,
sino también que el niño se “habitúa” en la familia a las relaciones que
encontrará después en la vida social. Por tanto, si es acertado decir que la
estructura psíquica del adulto está determinada por su pasado, por sus
vivencias infantiles, también es acertado formularlo a la inversa: el pasado
está determinado por el futuro, a saber, por el papel futuro del individuo, tal
como está condicionado por su posición dentro de la sociedad.” (Fromm, 2011,
p.46)
Los sentimientos y las relaciones
interpersonales
Convivencia
y conflictos, como modos de relación social, van acompañados de importantes
núcleos emocionales y sentimentales. En cualquier circunstancia en que se ven
comprometidos nuestros objetivos o intereses surgen las emociones, las cuales
nos informan de inmediato cómo se ven afectados. Las emociones como la alegría,
la felicidad, el orgullo nos comunican que nos acercamos a la consecución de
nuestras metas, mientras que la ira, el miedo, la tristeza nos transmiten
mensajes de agravio o humillación, de amenaza o peligro y de pérdida. Puesto
que las relaciones sociales nuestros objetivos se ven comprometidos, no es
extraño que en ellas nos acompañen afectos. (Molina y Muñóz, 2004, p. 207)
La
activación de cualquier núcleo emocional distintivo va asociada a importantes
cambios en nuestra mente y nuestro cuerpo. Algunos mecanismos de la atención y
de la memoria y algunos procesos de pensamiento pueden verse alterados.
Acontecen importantes cambios en algunas zonas cerebrales (amígdala, corteza
prefrontal medial, ganglios basales) y en la activación del sistema periférico
(tasa cardiaca, tensión arterial, activación muscular. Cuando en una relación
social se activa un núcleo emocional, lo que hacemos en ella está estrechamente
determinado por lo que sentimos en ese momento. Sentimientos como la ira, el
enfado, el rencor, la ansiedad, el miedo, la tristeza suelen entorpecerla pues
instigan tendencias de acción destructiva o de protección, en tanto que, la
alegría, la felicidad, el orgullo, el amor, la favorecen pues proporcionan el
afianzamiento de ambas partes y el acercamiento a objetivos comunes. Cuando los
protagonistas de un conflicto intentan reajustar su relación, espontáneamente o
con la ayuda de terceros, tendrán que regular también los núcleos emocionales
que acompañan ese proceso.
Límites dados en función de los
participantes.
En
este aspecto encontramos diversas variantes, algunas de ellas ya analizadas con
anterioridad: la falta de subjetivación del conflicto y de disposición a
negociar; la ausencia de demanda y deseo de modificar la situación conflictiva;
y la falta de plasticidad psíquica que le impide al sujeto atravesar las etapas
de análisis y evaluación que supone la mediación.
Pacing y la actitud de colaboración frente
al conflicto
Como
señala Suares, si el interés por uno y por el otro es alto, generamos
colaboración, la forma más rica de solucionar un problema, porque permite el
surgimiento de la creatividad. (2009, p.64)
Esa
actitud colaborativa la podemos relacionar con el pacing que es una técnica
para llevar a unir, alinear o producir semejanza con otras personas de modo tal
que este hecho comunica aceptación en ambos niveles comunicacionales: verbal y
no verbal. Prácticamente es decirles a los otros: “Ustedes me agradan, estoy para
ayudarlos en esta situación, pueden confiar en mí.” En general, existe una
tendencia a confiar, o a creer, o a gustar de las personas que más semejanzas
presentan entre sí.
Del resentimiento a la aceptación
Según Echavarría
(2019), cuando los seres humanos luchamos contra lo que no podemos cambiar,
cuando demostramos incapacidad para aceptar las facticidades de la vida,
generamos un espacio dentro del cual es fácil que se desarrolle el
resentimiento.
Este
estado de ánimo puede ser reconstruido en términos de una conversación
subyacente en la cual interpretamos que hemos sido víctimas de una acción
injusta. Una conversación que sostiene que teníamos el derecho moral a obtener
algo mejor de lo que obtuvimos. Alguien se interpuso impidiendo que
obtuviéramos lo que merecíamos, negándonos posibilidades a las que consideramos
que teníamos derecho. Alguien, por lo tanto, aparece en nuestra interpretación
como culpable por lo que nos sucede.
Por
aceptación o paz caracterizamos al estado de ánimo contrario al resentimiento y
que, por lo tanto, da cuenta de una emocionalidad diametralmente diferente que
resulta de una misma situación. Lo que define al estado de ánimo de la
aceptación es la expresión de reconciliación que ella exhibe con la facticidad.
Decimos estar en paz cuando aceptamos vivir en armonía con las posibilidades
que nos fueron cerradas. Estamos en paz cuando aceptamos las pérdidas que no
está en nuestras manos cambiar.
De
esta manera, por ejemplo, podemos relacionarnos con nuestro pasado desde el
resentimiento o desde la aceptación. Cuando lo hacemos desde la aceptación,
ello no implica por ejemplo negarse a reconocer los errores que pudimos haber
cometido. Pero somos capaces de vivir en paz pues lo que sucedió en el pasado
no tiene necesariamente que repetirse en el futuro. Miramos esos errores como
expresión de precariades que eventualmente podemos corregir en el futuro.
La escucha como factor para construir
futuros posibles
Cuando
escuchamos lo hacemos desde nuestro compromiso actual con el mundo. No podemos
evitar preguntarnos “¿Cuáles son las consecuencias de lo que se está
diciendo?”, “¿De qué forma lo dicho altera el curso de los acontecimientos?”,
“¿De qué forma el futuro se ve afectado a raíz de lo que se dice?”, “¿De qué
forma el mundo se rearticula a partir de lo dicho?” Pero, por sobre todo, “¿De
qué forma las transformaciones que genera el hablar afectan mis inquietudes?”,
“¿Qué oportunidades, qué peligros, conllevan estas transformaciones?”.
(Echaverría, 2019, p.154)
Cuando
conversamos, bailamos una danza en la que el hablar y el escuchar se
entrelazan. Todo lo que uno dice es escuchado por el otro, quien fabrica dos
clases de historias. Una, acerca de las inquietudes del orador cuando dice lo
que dice, y la otra, acerca de la forma en que lo que se dijo afectará el
futuro del que escucha (sus propias inquietudes). Ambas partes están haciendo
esto al mismo tiempo. El filósofo alemán Hans-Georg Gadamer, le ha llamado “la
fusión de horizontes”, escribió:
“…la fusión de horizontes que ocurre en el
entendimiento es el real logro del lenguaje…la naturaleza del lenguaje es una
de las interrogantes más misteriosas sobre las que el hombre puede reflexionar.
El lenguaje está tan extrañamente cerca de nuestro pensamiento y cuando opera
es un objeto tan minúsculo, que parece escondernos su propio ser”.
CONCLUSIONES
El
conflicto es sano, pero el conflicto no resuelto es peligroso. El conflicto
contiene tanto una posibilidad como un peligro. Representa la dinámica del
cambio. Si bien el cambio no es necesariamente bueno, el cambio que aparece
como la manera de resolver el conflicto es productivo.
El
conflicto por cuestiones específicas se puede resolver a través de la
mediación, el conflicto por razones de conducta se puede resolver con terapia.
Sin embargo, el resentimiento con el que viene una de las partes o ambas, es
una oportunidad para la catarsis y para elaborar una nueva historia juntos sin
que ninguno se sienta culpable.
Es más
probable una negociación exitosa cuando las partes en disputa necesitan
mantener una relación que cuando no avizoran ninguna futura relación. Cuando
una relación futura es parte de la negociación, las partes deben conceder, y es
más probable que se llegue a soluciones compartidas, dado que se busca
preservar la relación al resolver el conflicto.
El
resultado es responsabilidad de las partes. La mediación es un terreno en el
que las disputas se resuelven en los términos de las partes. Las cuestiones que
las partes traen a la mediación son problemas socio-psicológicos.
El
mediador es responsable del proceso. Cada parte necesita garantías de que el
proceso es neutral y que el otro no se beneficiará injustamente. Superar los
obstáculos, entre ellos el resentimiento, será posible en cuanto, el mediador
sea un agente que dignifique y legitime a las partes, en sus razones y en su
potencial.
Desarrollar
desde un principio la eufonía, que designa un modo de hablar positivo, buscando
la expresión cálida y constructiva. Un modo de hablar que aun educando o
criticando, evita herir a las personas.
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Pintura Emociones de la Artista Mexicana Angie.
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